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Una segunda oportunidad: cómo sacan a los adolescentes del delito

Hay programas estatales que logran evitar que los chicos tengan como única posibilidad la ilegalidad o la violencia. Historias de rescatados y rescatistas.
“Ella, Juli, me convenció. Me hizo cambiar de idea. Me hizo entender que había una oportunidad para mí. Que podía salir adelante. Antes me drogaba, andaba robando, hacía mil maldades. Acepté internarme y salí para adelante. Entendí que tenía opciones. Ahora estoy acá”.

“Acá” es el barrio de siempre, el Salamanca al fondo de González Catán; la misma esquina con los mismos pibes que siguen consumiendo paco y robando. Pero para Walter, 16 años, ya no es lo mismo. “Juli” es Juliana Lombardi, de 26 años, una operadora territorial. Se podría decir que es una de los 15 “rescatistas” que andan por La Matanza para trabajar con chicos que cometieron delitos, fueron detenidos y la Justicia los declaró inimputables por ser menores de 16 años. Ella, como el resto de sus compañeros, tiene la misión de hacerlos comprender que el delito no es la única opción, que ellos tienen una segunda oportunidad en la vida.

En la Argentina existen programas estatales que muestran buenos resultados al trabajar cuerpo a cuerpo con adolescentes que tuvieron problemas con la ley penal. En La Matanza, en la Provincia de Buenos Aires; en Mendoza y en Neuquén se aplican políticas públicas que apuntan a terminar con la reincidencia. Ejemplos que suelen dejarse de lado cuando ante un crimen cometido por un menor se plantea qué hacer con los adolescentes y la violencia.

Walter, su nombre es falso para proteger su identidad, llegó por una de las dos vías que tiene el programa Propiciar de La Matanza. Una organización barrial dio aviso de su situación. En el último robo la carátula fue también la de intento de homicidio. “Casi lo matamos”, cuenta un año y medio después. Fue declarado inimputable y volvió a su casa.

“Superman” hace un día que cumplió 16 años y tiene unos ojos negros que parecen ir a la velocidad de la luz debajo de la gorra que se niega a sacar. El llegó al programa derivado por la Justicia, la segunda vía para llegar al programa, y después de haber cometido varios robos. Pero al comienzo nada fue tan fácil.

“Estaba detonado en mi casa”, cuenta. “Superman” consumía pasta base y al escuchar que los asistentes sociales tocaban la puerta respondió con piedras. Ellos insistieron, fueron varias veces, hasta que un día los estaba esperando con mate y galletitas. Ese fue el inicio.

“Nuestro trabajo es consolidar un vínculo de confianza con ellos. A partir de eso se hace todo más fácil. Podemos pensar juntos que hay otra chance, otra posibilidad, otro proyecto de vida superador”, explica Juliana, que estudió trabajo social. Ella con un compañero, siempre se trabaja en dupla, tienen a su cargo a 35 chicos. Su tarea es acompañarlos para que estudien, les consiguen vacantes si no las tienen; los ayudan a internarse en comunidades terapéuticas cuando lo piden. El programa va recurriendo a otros organismos o planes del Estado. Walter cuenta que le gustaría ser peluquero. Lo descubrió en un taller ocupacional en su barrio. “Superman” es bueno rapeando, también lo supo en una actividad estatal.

Fuente: Clarín

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