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Otra chance: el desafío de conseguir empleo tras cumplir condena

Unos 25.000 presos tienen trabajo dentro de las cárceles argentinas; talleres industriales, fabricación de productos y tareas de limpieza son algunas de las actividades; aunque muchos de ellos no lo consiguen por sus antecedentes, algunos logran reinsertarse en el mercado laboral.


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Mario está planeando volver a la cárcel. Le resulta extraño, pero esta vez quiere ir.
Lo piensa una y otra vez. Se imagina nuevamente en ese lugar. Sí, le gusta la idea. Desea pararse frente a esos hombres entre los que una vez estuvo y decirles: "Muchachos, se puede salir adelante". Contarles que él, que pensó que no había vida posible después de tantos años de encierro, logró hacerse un lugar. Compartir con ellos que afuera no todos tienen prejuicios por su condición de ex convicto. Que hay gente que confía, que confió en él. Que hoy es un hombre libre que tiene un trabajo digno con el que puede mantener esa libertad.

Por todo eso, Mario volverá a la cárcel. Pero esta vez no irá preso por haber cometido un delito, como lo estuvo durante 11 años. En esta oportunidad formará parte de un grupo de gente que brinda charlas de capacitación laboral en los penales. Entre esas personas estará su actual jefe, Federico Cuomo, presidente de la Unión Industrial de Avellaneda y dueño de una empresa envasadora de agua en bidones.
Cuomo comenzó a ir a las cárceles a través del contacto con pastores evangélicos. "Mario es el segundo ex convicto que contrato. Lo conocí cuando él estaba en prisión. Allí hizo algunos trabajos para nosotros y cuando salió le ofrecí empleo en mi empresa", cuenta a LA NACION.

Como Mario cuando estuvo detenido, unos 25.000 presos de todo el país forman parte del sistema laboral dentro de las cárceles, según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (Sneep), de 2013. Representan alrededor del 40% de la población carcelaria total, que es de 64.109 personas. En las cárceles federales, donde están alojados 9795 presos, tiene trabajo el 75% (7380) del total de detenidos.

En general son tres los tipos de tareas que pueden realizar los presos: talleres productivos, industriales y tareas de servicios, como la fajina de pabellones
La ley de ejecución de la pena privativa de la libertad (24.660) establece el derecho de todos los presos a trabajar y sostiene que las actividades tendrán "como finalidad primordial la generación de hábitos laborales, la capacitación y la creatividad". Además, determina que no se obligará a ningún interno a trabajar, aunque "su negativa injustificada será considerada falta media e incidirá desfavorablemente en el concepto".

Fuentes de la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN) explican que aunque no existen restricciones formales para que un preso pueda acceder al trabajo -es decir, que el tipo de delito que cometió o sus calificaciones no deberían ser obstáculos-, las estadísticas "confirman que no todos los detenidos son afectados [a un empleo], lo cual denota canales de resolución para decidir quién trabaja y quién no, en muchos casos, atravesados por lógicas arbitrarias".
No todos los presos tienen la suerte de cobrar un sueldo
En general son tres los tipos de tareas que pueden realizar los presos: talleres productivos -que pueden ser actividades de agricultura y forrajería, entre otros-, talleres industriales -como la producción de muebles, artículos deportivos y productos de limpieza- y tareas de servicios, como la fajina de pabellones.
Mientras cumplía con su condena, Mario realizó trabajos de bobinado, electricidad, refrigeración, y se capacitó para ser maestro mayor de obras. "En mi tiempo libre leía libros de mecánica. Trabajaba de lunes a lunes. Quería mantener la cabeza ocupada... si no, te volvés loco ahí adentro", cuenta.
"Nunca imaginé que iba a tener esas oportunidades en la cárcel. De estudiar y de trabajar. Pero ojo, no te las regala nadie, hay que pelearla todo el tiempo. Sortear muchos obstáculos. Trabajar duro. E insistir para que te dejen laburar", relata.

A Mario, tener una ocupación dentro de la cárcel le sirvió fundamentalmente para mantenerse alejado de los conflictos que se generan en el encierro por la convivencia forzada.
"El trabajo es un elemento de descompresión de la vida en la cárcel. Es bueno para reducir la conflictividad. Pero lamentablemente las actividades principales no son muy formativas, no preparan a la persona para conseguir empleo fuera de prisión", sostiene Francisco Mugnolo, procurador penitenciario.
Un relevamiento realizado por la PPN detectó que en el Complejo Penitenciario Federal I (Ezeiza) el 46% de los detenidos realizan trabajos vinculados a talleres tercerizados, mientras que el 36% trabaja en actividades de servicio. Sólo el 17% participan de los talleres productivos, que son los que generan una mejor formación laboral.

"Hacer bolsitas de papel o trapos de piso no son actividades formativas. Por mucho tiempo se consideró el trabajo en la cárcel un tipo de terapia. Pero son dos cosas diferentes. No debería tratarse sólo de ocupar el tiempo, sino de capacitar a los detenidos en algo útil", explica el procurador penitenciario.
"Es necesario que el Estado promueva trabajos productivos y que involucre a más actores. Nosotros, por ejemplo, compramos todos los muebles para la Procuración a los presos. Pero eso es sólo una gota de agua en el desierto", agrega.

REMUNERACIONES

Las actividades laborales no sirven sólo para mantener a los internos ocupados, sino también como una vía de ingreso de dinero para los detenidos. Por ley, el trabajo en las cárceles debe ser remunerado: el valor de la hora, según la Procuración, es de 22 pesos. Para alcanzar el salario mínimo vital y móvil ($ 4400) un preso debe trabajar unas 200 horas mensuales.
Sin embargo, según el Sneep de 2013 sólo el 18% del total de los detenidos en el país (11.620) realiza trabajos remunerados apenas por hasta 40 horas semanales. Además, en los informes de la PPN se sostiene que "en general se les computan muchas menos horas" a los presos por su trabajo, por lo que son pocos los que llegan a cobrar el salario mínimo.

El temor a lo que sigue después del encierro es una sensación compartida por la mayoría de las personas que salen de prisión
Al sueldo de un interno se le retiene un porcentaje para un fondo de reserva, que es del 30% del ingreso mensual. Este dinero debe ser depositado en una cuenta de una institución bancaria oficial y le será entregado a su egreso por agotamiento de pena, libertad condicional o asistida. En caso de que el detenido fallezca, el fondo de reserva deberá pasar a manos de sus herederos. La legislación también dispone otros descuentos, como el destinado a la jubilación.
En la normativa vigente figura, además, una retención del 25% para "costear los gastos que el preso cause en el establecimiento". Pero la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró inconstitucional ese descuento en un fallo en el que sostuvo que "pesa sobre el Estado el deber de custodia de todas las personas que están sometidas a detención preventiva o a condena".

El destino que muchos presos le dan al dinero que ganan sigue siendo mayoritariamente la ayuda a sus familias
No todos los presos tienen la suerte de cobrar un sueldo. Varias personas que estuvieron detenidas contaron a LA NACION que en la cárcel recibían a modo de pago por su trabajo tarjetas telefónicas o paquetes de cigarrillos. Para Cacho (así pidió ser identificado), otro ex convicto que estuvo alojado en diferentes prisiones del país, el dinero que recibía por trabajar en la cárcel servía para mejorar su alimentación.
"Comprás condimentos, cosas que le den un poco más de sabor a la comida horrible que te sirven todos los días", cuenta. A Cacho le tocó vivir la hiperinflación de los 80 detenido en un penal del interior del país. Y ahí aprendió que en la cárcel también se sufre la crisis económica. "Trabajaba en la chanchería. Pasábamos tanta hambre que nos peleábamos por los desperdicios que debíamos darles a los animales. Comíamos basura, literalmente", recuerda.

"Todos los trabajos que hice en prisión eran muy precarios. Con suerte aprendías algunas cosas, pero con tecnología vieja que afuera de la cárcel ya no se usaba", explica. "Pero aunque sea poca la plata que podés ganar, es una forma de seguir sintiéndote proveedor de tu familia. Podés pasarles unos pesos a los que están afuera y eso te hace sentir mejor", agrega el hombre, que hoy da clases de computación para personas de la tercera edad, un taller literario y otras actividades para las cuales, asegura, tuvo que "remarla solo" porque en prisión no le enseñaron ningún oficio.
El destino que muchos presos le dan al dinero que ganan sigue siendo mayoritariamente la ayuda a sus familias. Julio, un joven que está detenido en el Complejo Penitenciario I de Ezeiza, trabaja en la imprenta del penal. "La mitad de la plata se la paso a mi familia. Y el resto lo guardo para el día en que salga de acá", cuenta Julio; admite que sabe que después de haber estado preso va a ser difícil conseguir un trabajo.

El temor a lo que sigue después del encierro es una sensación compartida por la mayoría de las personas que salen de prisión. Mario no es la excepción. Cuando obtuvo la libertad tuvo miedo. Con cuarenta y pico de años y sus antecedentes penales, la vida se le presentaba difícil. Se había acostumbrado a tener que pedir permiso para todo. Algo tan sencillo como cruzar la calle y tomarse un colectivo sin autorización de nadie le parecía extraño. Sentía que todos lo miraban mal y temía la sola posibilidad de volver a estar encerrado. Pero sus peores presagios no se hicieron realidad: Federico Cuomo, el mismo hombre que lo había capacitado laboralmente en la cárcel, le ofreció un trabajo en su empresa.

"Yo creo en perdonar y en dar una oportunidad, con todo el riesgo que eso conlleva. El trabajo rehabilita y sería fantástico si esta iniciativa pudiera contagiarse", cuenta Cuomo. La decisión para él no fue fácil. "Es jodido porque hasta la familia se preocupa, y el personal de la empresa, y la familia del personal... Algunos me tratan de loco, pero no me arrepiento. Es más, creo que el Estado debería promover estas acciones", sostiene.
Y añade: "Nadie mira a las cárceles más que para establecer estereotipos y hablar de inseguridad. Pero yo creo viable un cambio. La clave está en la dirigencia política, en que entiendan lo que hay que hacer".

Cuomo hoy sigue yendo a las cárceles a capacitar a los internos en diferentes trabajos y a hablar con ellos sobre los beneficios de la actividad laboral dentro y fuera de la prisión.
"El trabajo que me ofreció Federico fue para mí una salvación. Pensé que todo iba a ser mucho más duro, pero hoy estoy libre y tengo un laburo. Ya no siento miedo", cuenta Mario. Aunque admite que no se olvida de lo que hizo para terminar preso, asegura que está arrepentido. E insiste: "No quiero estar preso nunca más. A mí dejame tranquilo con mi trabajo, mi vida sencilla, mi cabeza ocupada. Mi segunda oportunidad..."..
Fuente: La Nación

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